jueves, 27 de septiembre de 2012

Capitulo 8 - Cumplir con el deber


Cumplir con el deber

Si bien todos los hombres tienen un valor por si mismos, en la historia de la humanidad hubo a saber tres grandes clases sociales por así clasificarlas, tres tipos de hombres que fueron especialmente honrados: los sacerdotes porque develaban el misterio del hombre con su inmediatez, con su mortalidad, lo ligaban con la infinitud, con el ser supremo, con el más allá, con el deseo de trascender, entonces la casta, el grupo de los sacerdotes en toda la historia de la humanidad fueron tal vez la clase social o el grupo de personas más importantes, más influyentes de todas las civilizaciones.
Luego fueron los intelectuales y artistas. En un momento pudieron haber integrado ese grupo los escribas, aquellos que podían en la antigüedad ni más ni menos que leer y escribir, estaba también la diferencia entre poder interpretar, poder transmitir mensajes. El mundo de los intelectuales y de los creadores era terriblemente valorado porque de este gran mundo de la cultura, de allí devenían las ramas científicas, las ramas poéticas, devenían, los sueños, la inspiración.
La tercera y no menos importante de las clases sociales que la historia de la humanidad veneró y aquí surge lo que a muchos les cuesta reconocer: es la clase y la casta de los guerreros.
La casta y clase de los guerreros muy contrariamente a lo que el sentimiento occidental de separatividad nos puede mostrar de las culturas milenarias, como las culturas orientales, resumía la sabiduría y la trascendencia del sacerdote y abrazaba los ideales de inspiración y de cultura de la casta intelectual con el rotundo distintivo de que se preparaba durante toda su vida para merecer el honor de morir en combate. La casta de los guerreros desde los Samurai hasta los guerreros indios, desde, por traer ejemplos occidentales, los caballeros de la mesa redonda del rey Arturo, hasta el cosaco de las estepas rusas, la casta genuina y verdadera de los guerreros resumía, insistimos, la trascendencia de los sacerdotes, la inspiración y el conocimiento en la medida de los intelectuales con el valor de desplegar sus capacidades latentes en el combate y tener a veces la plena conciencia de que allí en combate, tendría que ofrendar el máximo bien que un hombre tiene en la tierra que es justamente su vida. Existía además el concepto de cumplir con el deber.
Es frecuente hoy en nuestra cultura y podemos detectarlo con facilidad, una actitud ridícula y superflua como la de aquél que dice: «a mi me gusta hacer tal cosa». Otro en cambio dice: «yo debo hacer tal cosa». Veremos si lo podemos explicar mejor. El que constantemente tenga en su mente el sentido del deber y por imperio del ejercicio de introspección lo diga, lo manifieste exteriormente con palabras o no, es una persona con un grado de profundidad, una persona que ha gastado algunos escalones en el afán de ascender en la escala evolutiva, es una persona que cumple con su deber, le guste o no le guste y los conocimientos, el ejercicio, la disciplina le va desarrollando el gusto, si es que cabe decirlo de esta manera, por el deber cumplido. No existe satisfacción más grande que el deber cumplido.
Si siempre abrazamos el gusto o el disgusto es porque vamos a estar arrastrados por algunas de las sensaciones de los sentidos terrenales, es decir: veo lo que me agrada, huelo lo que me agrada, toco lo que me agrada, me alejo de lo que me desagrada, no miro lo que me incomoda, no me relaciono ni me entrego a aquello que me produce disgusto acorde a los sentidos corporales. Pero esto es una trampa porque muchas de las cosas muy profundas y muy importantes de la vida en algunas ocasiones aparecen con un ropaje aparentemente desagradable a la vista y no obstante encierra interiormente una gran verdad.
Reforzando este ejemplo tenemos que decir que a veces los hombres, aprendemos más de los disgustos que de los momentos placenteros, ¿quién recuerda cuántos días o cuántas noches de venturas pudo haber tenido y cuáles fueron las circunstancias en las cuáles vivió?; Pero estamos seguros que ante un mal trago, ante una vicisitud dolorosa, ante un inconveniente que nos intentó postrar, que nos intentó paralizar, ante grandes dolores por la pérdida de seres queridos, superar esas ausencias, superar esas limitaciones que hemos padecido en uno u otro momento de nuestras vidas nos ha dejado una enseñanza a la que nadie quiere renunciar. Nadie quiere perder esa sabiduría que nos dio el pasar por un recodo de camino amargo y triste.
La moraleja lamentablemente es que a veces aprendemos los hombres más en la dificultad que en la ventura. Entonces este es el gran argumento por el cuál la ley de atracción y repulsión, el gusto y el disgusto de hacer lo que me gusta y lo que me agrada es en realidad transitar el camino de la ignorancia, el camino de la banalidad, de lo superfluo, y que es la madre de todos los errores y fundamentalmente del desconcierto.
En cambio el cumplir con el deber es el concepto que un hombre debe abrazar. Si así educáramos a nuestros niños, a nuestros jóvenes saldrían a la vida cada día con una actitud muy distinta a la que vemos hoy. No estarían esperando por la mañana cuando salen al mundo a superarse en busca de trabajo, no esperarían que todo les sonría, que todo salga a pedir de boca. Les pasa esto porque están atados equivocadamente a la ley del gusto y del disgusto. Pretenden hacer solamente lo que les gusta. Si comprendieran el valor sustancial del deber cumplido saldrían a la vida a hacer lo que deben hacer, más allá de que las condiciones del mundo sean o no favorables. Tenemos que generar una educación que inculque y grabe a fuego la conciencia del deber cumplido.
Una vez, en una poderosa nación a doscientos guerreros les indagaban acerca de qué pensaban ante la inminencia de una batalla muy dura en la que habría altísimas posibilidades de perder la vida. Ellos respondían: «fuimos entrenados para este día, fuimos entrenados para que en la batalla llevemos el escudo en alto, combatamos con honor y si el destino así lo quiere volveremos fatalmente debajo de él”. Crudamente ellos decían refiriéndose al resultado del combate “debajo o sobre el escudo”. Porque el entrenamiento para triunfar está siempre latente en todos nosotros, en la preparación, en la disciplina en el entrenamiento para que combatamos las vicisitudes y las dificultades, allí radica el espíritu de grandeza. Por esto deberíamos entrenarnos en hacer lo que debemos hacer, en cumplir con nuestro deber.
Hay ciertos alimentos que no son aparentemente ricos, entre comillas, pero son los que el joven debe ingerir. Hay ciertas vestimentas que no son tal vez difundidas por las modas, pero son más prácticas, más baratas o más adecuados para determinados trabajos. Esta regla general, debemos usarla en todos los renglones de la vida. De manera que cuando se elige una pareja no elegirá a un «hueco o hueca» que posee cierta apariencia agradable, porque cuando la enfermedad llegue, porque llegará, cuando el momento de prueba llegue, cuando los reveses de la vida lleguen, tendríamos a una persona que apostando sólo a lo agradable y a la apariencia es más un maniquí que un ser viviente, que un ser pensante, con pocas posibilidades de luchar y de superar las vicisitudes. Debemos abrazar el concepto del deber cumplido.
Este ejemplo puede ilustrar el concepto. Cuando los Persas intentan tomar Grecia, los Griegos realizaban en ese momento, las Olimpíadas que no podían interrumpirse, porque, como todos sabemos, revestían el carácter de sagradas ya que eran consagradas a los Dioses. Los persas comienzan con sus 100.000 inmortales a avanzar hacia Atenas y Esparta, seguirían su avance hacía Tebas y demás ciudades Griegas. Leónidas toma su guardia personal de 100 hombres y se establece en el paso de las Termópilas. Heroicamente demora el ingreso del ejército Persa a Grecia. Gana tiempo, gana los días que el mundo griego necesitaba para finalizar las olimpíadas y preparar el ejército para su defensa. Leónidas y sus cien soldados ganaron la inmortalidad.
Las grandes naciones se forman cual grandes árboles de vida que se sustentan por la sangre que derramaron sus mártires. Si no comprendemos esto terminaremos reivindicando, el hecho cobarde, el hecho diríamos, falto de toda disciplina y fortaleza, de “voy a hacer lo que me agrada”.
Si observamos hoy nuestra civilización vamos a ver que somos capaces de desplazar a otro para sentarnos en un lugar preferencial en cualquier espectáculo público. Nos abalanzamos hacia el aire acondicionado porque no somos capaces de soportar las inclemencias del tiempo. ¡Qué decir de la alimentación! Si no la saturamos de aderezo y de condimentos no la ingerimos, si no hay alcohol en demasía tampoco lo hacemos, si la ropa no es la adecuada nos molesta, si hay sol tenemos que usar anteojos negros, en los primeros fríos una bufanda o hacemos el famoso culto a la estufa, quedamos pegados a los hogares. Si además, intentamos sujetarnos a vivir cinco, diez, o más años cobardemente, si así fuera, creemos que es más digno vivir un día o un episodio de nuestra vida con gloria que someternos a las miserables consecuencias de la venerada «comodidad».
Tenemos que generar una educación que fomente cumplir con el deber ¿y qué es cumplir con el deber?, cumplir con el deber es ser solidarios, ser positivos, no ser cobardes, no tener miedo a protagonizar, a tener una responsabilidad con nuestra Nación, a amar y difundir las tradiciones. Nos guste o no, hay que cumplir con el deber que del conocimiento deviene.
Con respecto a el gusto y el placer, cabría filosóficamente preguntarnos ¿qué es lo que nos gusta y lo qué no nos gusta?. Lo que no le va a gustar a una persona que no tiene disciplina es el sentirse impelido al hacer. Prefiere dejar al libre albedrío sus apetitos más instintivos y más elementales.
¿Qué humanidad se hubiera forjado si no hubiera existido la sal de la vida?, ¿si no hubieran existido las pequeñas levaduras?, ¿si no hubieran existido los pequeños granos de mostaza de aquellos inquietos, de aquellos muchas veces tildados de dementes que se atrevieron a inventar, se atrevieron a volar y se atrevieron “a pensar lo impensable”?.
Muchas de las realidades de las que hoy gozamos comenzaron con un sueño, con una ilusión y continuaron con una disciplina para concretarlo. Del aburguesamiento, del relajamiento indebido, de la no responsabilidad, del culto a “hacer lo que me gusta”, lo único que deviene es el fracaso. El fracaso es envejecimiento, es muerte, es frustración es no tener autoridad ni para mirar a nuestros propios hijos, ni mirarnos a nosotros mismos al espejo. Lo otro, cumplir con el deber, es la misión que tenemos, no solamente como argentinos, sino también como padres y jefes de familia, como parte de una comunidad. ¿Cuál es mi deber? debe ser el imperativo. Nuestro deber es pugnar para que todo mejore, es abrazar las ideas positivas, las ideas buenas, atacar el egoísmo, la separatividad, pero siempre de la mano del deber cumplido.
Antes que las vocales, el abecedario, o el primer «mamá y papá» tendríamos que enseñarle a una criatura a cumplir con su deber. Así un hombre mejor sería posible. Para esto recordemos que todas las religiones y todos los grupos étnicos tienen su sabiduría.
Los Musulmanes, cuando nace un niño, el más anciano, considerado el más sabio del clan, se acerca al niño y le susurra al oído la siguiente frase: «Alá es grande». En el último día de su vida el musulmán que esté más cerca, de ser posible el más sabio, el más viejo, le tiene que volver a repetir en su último hálito de vida «Alá es grande».
Analicemos si esto no tiene de por sí un grado de sabiduría inconmensurable. Analicemos si esto no tiene de por sí un grado de sapiencia infinita. Analicemos si no es una apuesta a la espiritualidad. No dicen «papá, mamá, Jorge, Juan», ¡no! Dicen: «Alá es grande», desde el primero al último suspiro de vida. Por Alá todos los sacrificios y todos los deberes deben ser cumplidos. Ellos no generaron una civilización de débiles e indefinidos, si no generaron una civilización de grandeza. No les importa pasar por momentos malos porque saben que Alá es grande y que en el fin de sus días Alá los va a esperar con la máxima grandeza.
Tenemos que sacar nuestros equivalentes, que por supuesto, en nuestra religión tenemos. Pero habría que reflotarlos, habría que darles vida, e inserción desde lo cotidiano y domestico hasta lo sacramental. Pero, ¿cómo lo vamos a hacer si no somos capaces de decir que la religión católica no está de acuerdo con las relaciones sexuales extramatrimoniales?
En un grupo de amigos, sentarse y decir que no estamos de acuerdo con que exista la infidelidad matrimonial o más aún, aseverar que debe abrazarse el deber de no tener relaciones sexuales extramatrimoniales, es quedar aparentemente como un idiota, es estar excluido de no sé qué ambiente” casi satánico al que un materialismo y un utilitarismo nos impulsó. Por eso cabe destacar ¿quién es el equivocado y quién el acertado?, ¿quién es el equivocado y quién el lúcido?
El arma más sagrada del Samurai es la espada de sus antepasados que en cuanto más combates haya estado más venerada resultaba por los descendientes, porque había sido empuñada con gloria contra los enemigos de su gran familia: su Nación. ¿Nosotros, a quién veneramos?, ¿al aire acondicionado, al shopinng, a las siliconas, al miedo de la calvicie, al temor de ser obesos?. Con este tipo de vida seríamos apenas mediocres, seríamos vergonzosos perdedores en el gran juego de la vida. Es triste creer que la vida empieza y termina en los programas de espectáculos y los programas farandulezcos, es un error funesto.
No estaría mal que recordemos de alguna manera que la primer frase que tendrían que escuchar nuestros hijos debería ser una frase gloriosa y anhelar, rezar como padres para que la última frase que escuchen sea una frase sublime, una frase que no esté cargada de promiscuidad, de miedos, de miserias. La mente es como un campo al que tenemos que sembrar, lo podemos sembrar con malezas, con espinas. Así mismo, Dios y esfuerzo mediante sembrarlo con buenas semillas para que sus granos y frutos nos alimenten y nos den salud física y espiritual.
Superación y Desafío
Analicemos a modo de ejemplo algunas de las gestas de las grandes naciones. Julio César viajaba casi un año para dar una sola batalla, para retomar el camino de otro año más de sacrificio para imponer el águila romana en un remoto lugar del planeta. Ese sueño de Roma ciudad eterna, alguien lo soñó, alguien lo llevó a la práctica y hoy aún perduran las ideas rectoras, la heroicidad de sus mejores hombres que la hicieron eterna y grande.
En síntesis tenemos que optar entre el ejercicio miserable y derrotista que nos pueda dar “el gusto”, o el gran desafío de lo trascendente, de lo especial, de lo divino, de lo glorioso. Un viejo refrán afirma que si no se invita a Dios en la primavera de nuestras vidas va a ser muy difícil que él concurra en el otoño de la misma.
Por otro lado los hombres desde la debilidad, de la enfermedad y desde la necesidad recordamos a Dios, y lo reconocemos como fuente de toda vida. Muchas veces, en cambio, cuando la bonanza nos roza cuando “nos va y estamos bien” tendemos a creer que esto es lo menos que merecemos, y que esa realidad la propiciamos sólo nosotros por nosotros mismos. Es un error muy grande, porque, «si no invitamos a Dios en la primavera de nuestra vida será muy difícil que él concurra en el otoño de la misma». Son opciones de vida y esta opción de la religión tiene mucho que ver con la filosofía, con los dogmas y con las doctrinas. Por esto tenemos que abrazar el concepto del deber cumplido. La satisfacción más grande que puede tener un hombre es, todos los días, reclinarse en su lecho de descanso sabiendo que ese día cumplió con su deber.
Hagamos un ejercicio muy elemental: los días que estuvimos, dispersos o difusos, son días que tenemos cierta intranquilidad espiritual, cierto malestar, necesitamos bastones, necesitamos dónde apoyarnos. En cambio los días que hemos hecho un ejercicio generoso, que hemos compartido sinceramente algo con alguien, que hemos intentado, quebrar un límite, que hemos intentado ir un poco más allá de nuestra realidad para abrazar una idea mejor, ese día, la noche nos encuentra en conciliación y armonía, fatigados pero proyectados a una satisfacción inconmensurable que da el deber cumplido.
Eduquemos a nuestros niños, a nuestros jóvenes para que cumplan con su deber, les guste o les disguste. Es bueno como ejercicio espiritual realizar cosas que nos disgusten porque cuando la vida nos coloque frente a circunstancias no tan agradables no nos van a resultar tan difícil superarlas. Eduquemos a nuestros niños, a nuestros jóvenes, construyamos una escuela de pensamiento como las grandes civilizaciones de todos los pueblos, de toda la humanidad, de todas las religiones que se basaron en el esfuerzo y abrazaron el deber cumplido. El espartano partía al combate porque tenía que morir por Esparta. Su deber era velar por los suyos, morir por Esparta. Recordemos esta frase repetida por ellos: «con el escudo en alto o sobre el escudo», es decir «victoriosos o muertos». Escuchamos a muchos simplistas decir: «¡qué estupidez!, ¡que fundamentalismo sin sentido!». No es así porque los ejércitos que se enfrentaban a los espartanos sabían que enfrentarían a un ejército que combatiría hasta su último hombre. Antes de declararle la guerra a Esparta dudaban, ¿por qué?, porque sabían que no serían persuadidos fácilmente. De esa sangre generosa que se ofrecía en pos de su civilización, de su bandera y de sus estandartes se proyectó una nación fuerte y digna. ¿Por qué no?, Que nuestro lema también sea «con el escudo en alto o sobre el escudo».
Los años pasan rápido, a veces toda una vida es como un sólo día, pasará. Debemos tomar conciencia de su efímera transitoriedad. Si nosotros abrazamos desafíos vamos a tener algo que contar, algo más que llevarnos de este mundo. Si abrazamos la comodidad, la negligencia, los hechos superfluos, la cobardía, o el cipayismo es difícil que tengamos una zona de descanso para el alma. Al contrario creemos que vamos a tener una larga pesadilla hasta aprender y aprehender definitivamente que lo importante es el deber cumplido, que lo importante es trabajar por algo más que solo para nosotros mismos.
Debemos consagrarnos “AL BIEN SUPREMO”, debemos trabajar para servir incondicionalmente a la humanidad.

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