jueves, 27 de septiembre de 2012

Capitulo 13 - Los Políticos y la Ética


Los Políticos y la Ética

Es un error muy común esperar que los dirigentes y los gobiernos solucionen los problemas de la gente y los problemas de la comunidad.
Los dirigentes y los gobiernos tienen que facilitar, tienen que tomar las medidas y las resoluciones políticas para que una Nación y un pueblo puedan desarrollarse. Pero la acción que tenemos que plasmar para desenvolvernos y para realizarnos en una comunidad, en un pueblo, o en una Nación no se sustrae sólo a las decisiones de los políticos sino que también depende de la disciplina y de la voluntad de cada uno de nosotros. Los gobiernos, la clase dirigente y esencialmente los políticos tienen que tomar las medidas para favorecer este tipo de acciones. Tienen que tomar las resoluciones políticas y determinar la legislación que preserve la integridad, los intereses y el futuro del país.
La conducta de la clase dirigente debe ser transparente, ejemplar y debe ser puesta al servicio de la comunidad. Pero no quita, queremos ser muy claros y muy específicos, que la acción concreta de desarrollarnos y desenvolvernos recaiga inexorable e ineludiblemente en cada uno de nosotros. La revolución, la transformación, la vamos a realizar a partir del trabajo de cada uno.
No va a existir jamás una legislación o una medida gubernamental que por si misma nos realice. Empero debemos exigirles a los políticos, a la clase dirigente, a los gobiernos de turno, exigirles con mucha severidad, el cumplimiento de sus responsabilidades. Debemos recordarles que están al servicio del pueblo, que están al servicio de la comunidad que los distinguió con una responsabilidad para que manejen los destinos del país. Esta exigencia es también un deber.
Aquellos políticos, aquellos dirigentes, aquellos gobiernos que no estén consustanciados con esta suerte de conducta, con esta suerte de acción tienen que ser prontamente removidos, tienen que ser fuertemente criticados, tienen que marchar al destierro porque la Nación no permite ni puede darse el lujo de alimentar parásitos, máxime aún si ostentan cargos públicos con los que fueron distinguidos para estar al servicio de la comunidad. Los gobiernos tienen que estar al servicio de la gente, y desde cada ámbito deben mejorar las condiciones de vida y defender los intereses de todos. Pero esencialmente el trabajo, la disciplina, el ejercicio y el hecho de realización de un individuo y de una comunidad va a recaer sobre la disciplina y el trabajo de cada uno de nosotros. Cada uno es artífice de su propio destino y en el desarrollo individual, en el desenvolvimiento individual es como se enriquece nuestra comunidad.
Los gobiernos por sí mismos o por sí solos no pueden, ni jamás podrán solucionar la totalidad de los problemas que la vida actual plantea, en tanto y en cuanto la comunidad no realice también acciones y esfuerzos concretos para superar cualquier crisis. El ejercicio democrático no implica, como se ha dicho muchas veces, entrar al cuarto oscuro, realizar una elección en cuanto a qué partido o quién queremos que nos represente en las acciones de gobierno. Todo lo contrario. Debemos seguir de cerca los actos de gobierno. Debemos estar bien informados de cuáles son las medidas que los gobierno toman y hacia qué destino nos conducen. Esencialmente la participación implica un compromiso con respecto al otro, implica una responsabilidad con respecto a nuestros semejantes y a nosotros mismos.
Es común decir o escuchar «la caridad bien entendida empieza por casa», implica esto una disciplina en mi propia conducta, implica saber y ser consciente de cuáles son mis horizontes, cuál es mi destino y trabajar para su prosecución. De ninguna manera los gobiernos podrán tomar las medidas y tomar las responsabilidades que nosotros debemos tomar por y para nosotros mismos. Estas responsabilidades tienen que ver con nuestras vidas privadas, con nuestro pensamiento, con nuestra vida pública, con nuestras decisiones, formando también parte activa en las asociaciones intermedias, en la responsabilidad de educar a nuestros hijos, en la responsabilidad de ser nosotros cada vez más actores de la realidad, en la responsabilidad de tener y promover más desarrollo cultural, intelectual y espiritual.
Es muy frecuente criticar, y a veces bastardear al dirigente político. Parte de estas críticas están bien fundadas. Está bien que se exija con severidad a nuestros dirigentes y a nuestros gobiernos que estén a tono con las circunstancias. Pero esto no implica que nuestro deber finaliza con la crítica hacia un gobierno o hacia la clase dirigente. Implica que nosotros tenemos que estar también a tono con nuestra circunstancia, implica tomar conciencia que los dirigentes surgen del pueblo.
Cuando se critica a determinados políticos o a determinados dirigentes, parecería ser que los políticos pertenecen a una excluyente clase social, y que nada tienen que ver con la cotidianeidad. Esta afirmación para nada es así. Estamos hablando no solamente de los dirigentes políticos, estamos hablando de los dirigentes de un amplio espectro de la comunidad, médicos, abogados, autoridades policiales, judiciales, directores escolares, presidentes de clubes, asociaciones directivas de instituciones, etc., en síntesis, todos de una u otra manera tienen responsabilidad con los otros y con sus conductas, con sus motivaciones, con sus éticas, conforman la moral social media y forman parte de la crisis moral de la que a veces deliberadamente se los excluye.
Haciendo un análisis, realizando un ejercicio de reflexión en una mayor o menor medida, vamos a llegar a la inexorable conclusión de que todos tenemos responsabilidades con el otro. Cabe preguntarnos cómo nos desenvolvemos en esta responsabilidad. Si esta reflexión la hacemos con la suficiente crudeza podemos llegar a la triste conclusión que muchos de los errores de nuestra clase dirigente tal vez sean errores que en alguna medida nosotros mismos los cometemos y los llevamos adelante en nuestro trabajo, en nuestro divertimento, en nuestra vida cotidiana con los demás. Porque insistimos, los políticos no vienen de otro planeta, ni forman una raza distinta o especial. Vienen de abogados, de médicos, de sindicalistas, de obreros, de docentes, de empleados, de trabajadores.
De todos los segmentos sociales se nutre la clase política, la clase dirigente. Debemos hacer entonces una crítica muy profunda a nuestra propia conducta. Un ejemplo que a nadie escapa es que Argentina es uno de los países de mayor índice de mortalidad por causa de accidentes automovilísticos. Si hacemos una reflexión sobre este tópico vamos a ver que en la mayoría de los casos esto es negligencia, ¿qué tipo de negligencia?. El exceso de velocidad, el conducir en condiciones no recomendables, sin utilizar el cinturón de seguridad, los picos de velocidad, la ingesta de alcohol o de alimentos “pesados” en forma desmedida que fomentan la modorra, la quietud y la falta de reflejos, la forma intespectiva, nerviosa o ansiosa con que nos manejamos en las rutas y en las calles, comprueban inequívocamente que muchos accidentes, o la gran mayoría son por negligencia de nuestra conducta.
Esta indolencia en el manejo del automóvil, aumenta el índice de mortalidad mucho más que el producido por enfermedades crónicas que padece la sociedad, lo que ofrece una importante lectura. Este índice, es todo una muestra de cierta conducta social que a los argentinos nos cuesta trasparentar, nos cuesta desarrollar y que se extiende luego cuando cumplimos funciones sociales, públicas, o políticas. Para llevar a cabo estas funciones debe instaurarse un amplio desarrollo y una cultura de servicio, de solidaridad, y una cultura de fraternidad.
Tendríamos que ejecutar un serio ejercicio de autocontrol, un fuerte ejercicio de introspección para saber cuáles son nuestras fallas y así poder subsanarlas. Pero no podemos establecer un divorcio entre la clase dirigente y la gente porque es un divorcio artificial, promovido, estimulado, por qué no decirlo, por muchos comunicadores sociales que caen en decir «los políticos se divorcian de la gente, los políticos se divorcian del pueblo, los políticos están en una burbuja, o no escuchan los intereses o el clamor de la gente». La primer lectura pareciera coincidir con estas afirmaciones.
Pero ¿por qué sucede esto?, ¿en qué medida cuando el cargo público me toca a mi o le toca a mi vecino o le toca al de al lado, se vuelve a caer en errores comunes, se vuelve a caer irremediablemente en fallas que ya hemos detectado y que hemos apreciado en múltiples funcionarios y en múltiples gobiernos?.
Sucede que no hay una cultura de servicio, de solidaridad, de fraternidad y no existe una vigencia concreta de ideales que apunten a la grandeza del bien común y a la grandeza de la Patria. Esto sucede porque la clase dirigente se nutre y surge del común de la gente, y se nutre de la totalidad de nuestra sociedad. Tendríamos que hacer una análisis y extender esta crítica a prácticamente toda nuestra sociedad como tal. Aquí no cabe la excusa «yo cumplí con mi deber». Siempre el de al lado, el de enfrente o el vecino, es el que no cumple.
Tenemos que comenzar por tener una actitud mucho más sana, más constructiva, más austera. Si hay quienes consideran que han cumplido con su deber cívico, con su deber social, seguramente debe ser así, pero lo habrán hecho en una medida, en otra medida seguramente faltará algo más por cumplir. En este renglón tenemos que decir que la vocación de servicio nunca termina de asociarse en su plenitud, que la vocación de dar, que el camino del in-egoísmo, que el camino de la fraternidad, que el amor a la Patria no tiene un límite tangible que podamos apreciar. Ninguno de nosotros llena con prontitud el jarro del deber. Más bien es algo que se tiene que ir acrecentando.
La vocación de servicio, la vocación del dar no tiene límite. El velar por la Patria y por los intereses de la comunidad siempre nos puede reclamar un paso más, siempre nos puede reclamar un esfuerzo más, una acción más de servicio. Esta es la tesitura que tenemos que afrontar cotidianamente cada uno de nosotros. Lo contrario, lo que se antepone a este pensamiento, es decir: «Yo cumplí, ¿cumplió el vecino?”, genera un pensamiento perdedor, individualista, un sálvese quién puede, en una falsa atmósfera de «yo cumplí con mi deber y los que no cumplieron fueron los demás». Esto no le hace nada bien ni a nuestro espíritu, ni a el espíritu de la comunidad, ni es ejemplo que podemos dar a nuestra descendencia, a nuestros hijos y a los que nos rodean.
Siempre podemos dar un poco más y si consideramos que alguien no lo dio, que alguien se equivocó, que alguien está holgazaneando, que alguien está en el camino equivocado, no imitemos esta acción. Hagamos lo contrario, insistamos en la acción del sano ejercicio de transitar por el camino recto, por el camino del orden natural, con sentido común y por el camino que nos lleve a cumplir con los compromisos y con los deberes que nuestros ideales nos reclaman.
No miremos a nuestro alrededor pensando, buscando quién “no cumple” para justificar nuestro incumplimiento, para decir «y si no lo robás vos, lo roba el otro», «si esto no lo hacés vos, lo hace otro». Son hechos fallidos, son ejercicios que tienen que ver con lugares grises, oscuros de la mente, con actitudes que no hacen ningún bien y que tenemos que desterrar por completo. Insistamos en cumplir con nuestro deber lo mejor posible. Si hemos cumplido en grado tres ¿por qué no cumplir en grado cuatro y luego en grado cinco?. Perfeccionemos nuestra conducta.
Busquemos el mejor horizonte y partamos de la base de que tenemos que dar. Si apreciamos que alguien o los demás tienen una actitud mezquina hagamos caso omiso a esto y continuemos en la tesitura de perfeccionar nuestra conducta. Lo demás se va a ir dando por añadidura. En el ejercicio de la cotidianeidad y en la constancia es como las realizaciones se concretan.

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